La semilla de la derrota del PRI en su fugaz retorno a la Presidencia de la República, se sembró casi al arranque del arribo de Enrique Peña Nieto a los pinos, con el escándalo provocado al mostrar a la luz pública la evidencia de corrupción, desde la cúspide del poder, con el affaire de la “casa blanca”.
Más allá de las fallas en la contención de aquella crisis, el tema era indefendible y con la trágica aparición de la señora Rivera dando la cara por su esposo, la derrota del llamado nuevo PRI, del grupo de jóvenes que se hicieron del poder para enriquecerse indebida y brutalmente, sólo era cosa de tiempo y se fue confirmando conforme avanzaba el calendario electoral en todo el país.
Se dice que quien impone el tema gana las contiendas. En este caso, el actual presidente López Obrador, supo asumir el liderazgo discursivo del combate a la corrupción, para ganar no sólo la elección presidencial de 2018 abrumadoramente, sino para construir un capital político que le sigue dando soporte a una larga cadena de decisiones controversiales, sin que, como alguna vez lo dijo, su gallo pierda una pluma, hasta ahora.
En los hechos, a menos de que se cumpla un año de su mandato, el presidente López Obrador ha impulsado acciones en la línea de ese combate a la corrupción, llegando a tocar a “los intocables” como el ex ministro de la Suprema Corte, Medina Mora; el poderoso abogado Juan Collado, hoy sujeto a proceso y en prisión; así como contra el ex director de PEMEX, Emilio Lozoya, y ahora la tormenta se aproxima al viejo líder del sindicato Petrolero, Carlos Romero Deschamps.
Como lo escribió el 17 de octubre de 2019 Diego Petersen, la disyuntiva en los gobiernos que asuman el combate a la corrupción, debe pasar de “cazar güilotas, para ir por los elefantes”, esto es, llegar a los peces gordos que prometió en 2000 Vicente Fox, pero a los que jamás tocó.
Gran comunicador, como lo es López Obrador, por supuesto que buscará capitalizar estas acciones contra personajes de alto perfil, para seguir dominando el tema que lo llevó al poder. Barrer la corrupción de arriba hacia abajo puede seguir dándole el amplio margen de capital político que necesita para imponer su modelo de gobierno, contra viento y marea.
Algo de fondo que todos los gobiernos tendrían que fortalecer, es la prevención eficaz de los actos de corrupción, abatir ese cáncer desde sus raíces, lo que va más allá de ese rodar de cabezas.
El germen de la corrupción se finca, principalmente, en la discrecionalidad que aprovecha el servidor público, para desviar el poder en su beneficio personal o de terceros, afectando el interés general.
Al respecto, la sistematización y automatización de procesos de compras, permisos y tramitología, abona a romper los cotos donde del burócrata de ventanilla hasta el alto mando, hacen de las suyas con el poder discrecional que ejercen. Agilizar y poner los trámites en manos del ciudadano y en caja de cristal, ayuda mucho a romper las bases de la corrupción.
Otras herramientas, como la transparencia, el acceso real a la información pública y la rendición de cuentas de los que gobiernan, ayudarían mucho en el mismo propósito.
La profesionalización real del servicio público, el acceso a los cargos por meritocracia, esto es por capacidad, en lugar de la amistad, en mucho ayudaría a romper ese gran círculo vicioso, de incapacidad, ineficiencia y alta corrupción. Construir ese blindaje puede disuadir mucho, además de la caza de elefantes corruptos.
Gladys Pérez Martínez, politóloga
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