La clase política, contrario a lo que se podría pensar, generalmente tiene una agenda muy ocupada. Hay quienes pasan su día de junta en junta, en gestión social, atendiendo líderes, etcétera. Por su puesto, también existen aquellos que dedican más tiempo a su vida privada o incluso a cuestiones ilícitas.
El punto es que la clase gobernante no se caracteriza por perder el tiempo; siempre están en constante movimiento, pues la lógica del poder dicta que para preservarlo, hay que trabajarlo.
Ante la abrumadora cantidad de actividades por realizar (en particular en épocas electorales) la delegación de funciones se vuelve una necesidad, más que una opción. Pero, ¿hay que encomendarlo todo?, ¿de qué sí debería encargarse sólo el político/candidato y de qué no?
Bueno, una primer respuesta es que depende de varios factores. Por ejemplo, puede que se vayan a tratar temas con información “sensible” que sólo pueden transmitírseles directamente al candidato o político. Sin embargo, durante campaña sí existe una clara definición de qué debería realizar sólo el aspirante al puesto de elección: toda comunicación que lo implique como emisor directo.
¿Ha sabido alguna vez, estimado lector, de algún candidato que haya enviado a un miembro de su equipo a una entrevista de radio, no como representante, sino como suplantador? ¿No, verdad? Esta imaginada irreverencia aparenta ser un obvio error, pero si en lugar de la radio fuese una red social como Twitter, el problema ya no sería tan evidente.
Como se mencionó, delegar se ha vuelto esencial para el funcionamiento del sistema político, y redes sociales como Twitter no son la excepción. La figura del community manager ha sido trasladada del área comercial a la política, en especial durante periodos electorales, con el fin de no perder presencia en el mundo socio-digital.
El problema del traslado de esta figura y práctica radica en la naturaleza propia de una campaña política exitosa: la interacción sin intermediarios entre el candidato y los electores. Este contacto inmediato es efectivo porque para que la gente se identifique con el candidato, éste debe mostrar su esencia como persona: qué le gusta, cómo habla, qué piensa…Y quien puede hacerlo con mayor éxito es el candidato mismo. Esto puede ser una verdad manifiesta hasta para el ciudadano de a pie, pero por alguna razón (quizá debido a cierto grado impersonal propio de las redes) en Facebook, Twitter o Instagram no se lleva a cabo. Lo más común en campañas numerosas en votantes es que un equipo se haga cargo de subir fotos, comentarios y videos; los que terminan por ser la verdadera voz de cada cuenta son los colaboradores, no el político.
El dificultad, pues, es que nadie que no sea el candidato mismo podrá expresar su esencia, su imagen, como él mismo. De hecho, abundan los fracasos digitales por caer en prácticas tradicionales de los equipos (o del mismo político): fotos caminando en terracería, discursos subidos a la red que nadie reproduce, etcétera.
Por lo tanto, primero que todo el candidato debe dedicar tiempo a atender sus redes, y segundo, atreverse a romper con los esquemas típicos que no atraen a ningún elector.
Los ciudadanos notan cuándo un político responde directamente en sus redes y cuándo no. No se debe pretender engañarlos. Por ello, Barack Obama hacía un uso mixto: cuando personalmente él tuiteaba algo, usaba #POTUS (President Of The United States), para que la gente supiera que era un comentario escrito con su puño y letra.
Por último, cabe destacar que nada de lo anterior implica desechar toda asesoría y consejos. Por el contrario, cada acción, post y comentario debe estar acorde a una estrategia política digital, además de ser revisadas por especialistas antes de ser publicadas. Lo contrario sería caer en extremos indeseables como los ahora ya famosos “tuitazos” de Donald Trump.
La clave está en calcular cada movimiento a detalle, sin dejar de transmitir la esencia del aspirante.
Jorge Parada
Coordinador de Acciones Estratégicas
Consultoría política digital
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